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domingo, 18 de abril de 2010

Lucio y Eduardo

Robábamos coches. Ese era nuestro trabajo. Qué tiene cualquier trabajo que no tuviera el nuestro? sudor? esfuerzo? dolor? responsabilidad? cumplimiento? consecuencias? dinero? lo tenía todo, era nuestro trabajo. Lucio y yo trabajabamos de lunes a viernes en una cafetería italiana, por la mañana hasta el mediodía y algunas veces suplíamos a algún compañero en el turno de la tarde, por lo cual ganábamos algo más de dinero. Pero tanto a Lucio como a mi, no nos parecía suficiente. Quizás por mala costumbre, quizás por ostentosos, quizás por gusto o necesidad de más, ambición, queríamos ganar más. No viene al caso contar el comienzo de nuestro trabajo como robacoches, sin embargo hay cosas por comentar acerca de esta actividad extra que hacíamos.
Teníamos una rutina como cualquier trabajo. Rutina basada en un estudio de una semana o quizás dos, sobre algún movimiento o circuito de nuestra futura víctima y sobre características del auto y ventajas y desventajas del comercio de sus partes. Estudiabamos y no hacíamos cualquier cosa, nadie quiere perder cuando se trata de responsabilidad asumida.

Llegaba el día, o mejor dicho, la noche en la que saldríamos a asumir la responsabilidad, así nos gustaba llamarle a nuestro trabajo entre nosotros y por la calle, como una especie de código.

Nuestro ritual era intenso desde la tarde-noche hasta la madrugada muy tarde y el día siguiente. El punto de partida era la casa de la madre de Lucio, la cual estaba deshabitada y era espaciosa y tranquila, ideal para prepararnos y salir a ganar.

Nos sentábamos a cenar temprano, pizza o empanadas, preparábamos las armas, un revólver cada uno y yo, de cábala, llevaba una navaja de mano, la cual me había salvado la vida más de una vez. Luego de comer esperábamos a que la cocaína hiciera lo suyo, y una vez que se me adormecía la boca y me picaban los hombros, era hora de salir.

Llegamos a destino, el coche está por pararse en la puerta de la casa, es ahora o nunca, hasta el lunes no se va  mover de ahí. No quiero contar detalles sobre los hechos delictivos que hacíamos ya que algunas veces estaban muy cargados de violencia y agresividad absoluta. Pero finalmente robábamos el coche, salíamos quemando ruedas y en cinco minutos estábamos bastante lejos del lugar. Dábamos algunas vueltas disfrutando los distintos coches. A esta corta edad puedo decir que he manejado decenas de modelos de autos distintos, descapotables, cupé, cuatro puertas, nuevos, no tan nuevos, deportivos, clásicos, anchos, altos, redondos, de todos los que puedan imaginar.

Después de andarlos durante un rato corto para evitar problemas, llegaba la hora de cambiarlos por el dinero que queríamos y que nos llevaba a hacerlo. Las negociaciones eran sumamente complicadas y llenas de tensión al principio, pero luego de cierta reputación que ganamos entre los desarmaderos, se nos hacía más fácil sacar más dinero por coches menos interesantes, por lo que habíamos logrado cierta estabilidad.

Cerca de 15 mil pesos hacíamos con cada responsabilidad asumida. Dividíamos mitad y mitad, y "hacíamos la teca" como queríamos.

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