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miércoles, 21 de abril de 2010

Lucio y Eduardo (Final)


Pero las consecuencias no terminaron ahí. La noche fue agitada, la pasamos entre cuerpos de hermosas mujeres desnudas y fuimos sin dormir al trabajo. Nos avisaron que vinieron dos hombres a buscarnos y preguntaron reiteradas veces por cada uno de nosotros. Nuestros nervios crecieron hasta niveles elevadísimos, por lo que Eduardo se largó a llorar profunda y desconsoladamente en el baño de la cafetería durante casi una hora. No lo pasamos bien en el trabajo ese día, por lo que cuando cada uno llegó a su casa, dormimos nuestras respectivas siestas. Cuando nos levantamos creímos que todo iba a estar mejor, pero nuestro malestar seguía igual, así que decidimos juntarnos, en la casa de la tía de Lucio, para pasar la noche juntos intentando olvidar todo. Una vez allá, decidimos no hacer fiesta y quedarnos los dos solos, los ánimos no nos daban para estar con nadie que no supiera lo que nos pasaba. Estábamos asustados, nerviosos, arrepentidos y lo de los hombres que habían preguntado por nosotros nos tenía locos.

Cerca de las once de la noche, sonó el timbre.

-¿Esperas a alguien Lucio?- dije, pero no me escuchó.
-Quién es?- contesté a la puerta.

Del otro lado de la puerta se escuchó una voz ronca y una tos que no me dejó entender. Puse la traba y abrí la puerta. Dos hombres me miraron y me sonrieron. Uno de ellos debía tener unos 50 años, tenía pelo canoso, vestía una chaqueta color beige y una camisa marrón y el otro, era bastante gordo y andaba por la misma edad.

-Eduardo?- me preguntó el de chaqueta
-Quiénes son?- respondí asustado.
-Viste el coche de algún maestro por acá?-

Cerré la puerta casi paralizado por los nervios pero se abrió con una patada violenta y golpeó mi cara haciéndome sangrar la nariz. Los dos hombres entraron armados, cerraron la puerta, y nos atraparon a mí y a Lucio, nos golpearon y nos humillaron, diciéndonos que nos habíamos metido con el profesor equivocado y que pagaríamos muy caro por haberle hecho eso. No eran policías, de eso estoy seguro.

Nos llevaron en un coche hasta el desarmadero en el que dejamos el auto del maestro, sigo sin entender cómo sabían cuál era el lugar, ni cómo nos encontraron. Ahí, nos hicieron entrar, buscar, y robar la patente del coche que habíamos mandado, y luego llegó el momento del final.

-Ahora, ya que me jodieron la semana, vos te vas a quedar acá bien cerquita mío, y sin hacer escándalo, mientras tu amigo va a robar un coche igual al que robó ayer y lo va a traer acá. Ya que parecen muy unidos no creo que Eduardo se vaya y no vuelva en menos de tres horas, sabiendo que si así sucede yo te voy a tener que matar- le dijo el hombre gordo a Lucio.

Estábamos arruinados. Yo tenía que robar un coche en plena calle a las once de la noche, igual al que habíamos robado ayer, sabiendo que de lo contrario dos tipos iban a matar a mi amigo. Nos habían mandado al muere. Estaba desarmado, sin un estudio previo del coche que debía robar, y en ropa interior. Así y todo, salí a cumplir con mi misión, aquella que nos arruinaría o nos salvaría, quizás.

Apenas caminé unos pasos y comencé a pensar, agradecí no haber robado un Ferrari o un Lamborghini. Tuvimos suerte de que era un coche común. A seis cuadras del desarmadero lo encontré. Era mi objetivo. Estaba en una esquina esperando el semáforo. Corrí pinchándome las plantas de los pies por el asfalto frío. Ni bien estuve cerca del coche, golpeé con fuerza la ventanilla del conductor y la hice estallar, abrí la puerta y lo empujé con mucha fuerza. El pobre hombre salió rodando sin entender absolutamente nada y apenas se levantó yo estaba ya acelerando adentro de su coche. Pero la suerte no me acompañó esa noche y cruzando el semáforo en rojo, un patrullero de la policía advirtió la situación y empezó a seguirme de atrás. Intentando maniobrar fue que el coche se desestabilizó, perdí el control y lo mandé justo contra un camión estacionado en doble fila, quedando inconsciente a tan solo una cuadra de la esquina donde robé, y a cinco cuadras de mi amigo.

Desperté en la enfermería del penal con el brazo derecho roto, heridas en la cabeza y una causa de robo de automotor con una pena de 12 años. Poco tiempo después de recuperarme me enteré de que mi amigo murió y que mi vida había llegado a su fin, aunque todavía no habría de terminar.

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