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lunes, 19 de abril de 2010

Lucio y Eduardo 2


Era nuestro negocio perfecto y, a decir verdad, era bastante adictivo. Nos salían tres trabajos bien y queríamos cuatro. El dinero se iba cada vez más fácil y en las épocas en las que más adicción teníamos, llegamos a hacer $50.000 en dos semanas, robando siete coches. 

Era un peligro, pero a su vez estábamos dispuestos a correrlo ya que la vida que nos regalaba ese trabajo era única. Adrenalina y sudor a cambio de comer en los mejores restaurantes de toda la ciudad, vistiendo la ropa que nos gustaba, un día deportiva de primera línea, al otro día saco y corbata, zapatos relucientes, relojes de los que quisiéramos, la casa decorada con lo que quisiéramos, muchas mujeres y mucho champagne, regalos a nuestra novia, a nuestra amante oficial y al resto de las amantes, varios amigos con quienes pasábamos buenos ratos y nada más ya que, si bien Lucio y yo sabíamos que se colgaban de nuestra billetera, los usábamos como parte del juego, para sentirnos bien por un rato. En definitiva de eso se trataba. Dos esclavos del dinero, que sólo te regala buenos momentos. Cuanto más dinero más buenos momentos. Así funcionaba nuestra vida.

Sin embargo no dejábamos de trabajar en la cafetería italiana. Era como una especie de condición. Trabajábamos como todos veían para poder trabajar de lo que nadie sabía. 

Algunos de nuestros amigos sospechaban que en algo más andábamos, ya que no se entendía como dos simples empleados de una cafetería podían andar en coches nuevos, vestir tan bien y hacer fiestas tan bien producidas. Pero a ellos en el fondo no les importaba, sólo venían con nosotros, la pasaban bien, tenían sexo entre ellos, y desaparecían hasta la próxima.
Así era nuestra vida, básicamente. Trabajo en la cafetería a la mañana, siesta y estudio del mercado a la tarde, y por la noche entre cocaína, mujeres y vinos se nos hacía la hora de ir otra vez a la cafetería. Quizás pasábamos dos días sin dormir y no nos dábamos cuenta. Vivíamos entre aceleraciones repentinas y cambios de humor, cosquillas en la nariz y peleas con cualquiera y entre nosotros. Y la pasábamos bien así, no necesitábamos más, ni tampoco queríamos menos. Se puede decir que después de un tiempo de intentar, conseguimos acomodarnos como queríamos y disfrutar nuestro dinero a nuestro antojo, sin pensar en nada, simplemente viviendo lo que nos tocaba vivir.

Pero no todo fue fácil y por eso cuento la historia en pasado. Hoy ya no es lo que fue en aquellos momentos y llegó como todos saben y esperan, el día en que todo saldría mal. Porque la diferencia que al principio pregunté que había entre tú trabajo y el mío, era esa. Un mal día como empleado puede significar una reducción de salario como caso extremo. Un mal día como roba coches, podía significar dos cosas: la cárcel, o la muerte.

Teníamos todo estudiado. Sabíamos cada movimiento de ese maestro de colegio primario y, sabíamos que el lugar indicado para asumir nuestra nueva responsabilidad, era el estacionamiento del colegio. Ya teníamos apalabrado al hombre de seguridad que se encargaba de los miércoles, y estaba todo arreglado. Era un trabajo seguro. Pero ese día, no contamos con la suerte que debía acompañarnos.

La cámara de seguridad “se descompuso” aquella mañana por lo que pudimos entrar caminando sin inconvenientes y amordazar cuidadosamente al hombre de seguridad que pidió que no le ajustemos demasiado las muñecas y así lo hicimos. Por las dudas lo golpeamos un poco para dejarle marcas, con el objeto de no evidenciar nuestro acuerdo con él. Entramos, abrimos el coche, lo arrancamos y salimos sin llamar la atención. Fue nuestro robo más fácil. Lo manejamos durante quince o veinte minutos, y lo llevamos a desarmar. Hicimos $8.000 y dividimos como siempre. Una vez que guardamos cada uno su parte en la mochila, nos miramos, extrañados, como raros:

-Eduardo, no crees que fue demasiado fácil ésta vez?
-Sí, es cierto, me siento raro, será que nos volvimos demasiado profesionales?
-No sé, pero tengo un mal presentimiento Eduardo.
-No pasa nada Lucio, simplemente ésta vez fue más fácil, sólo es eso, vamos a divertirnos.
-Tenes razón.

Y así fue que terminamos nuestra responsabilidad. Al menos por ahora...

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