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jueves, 9 de abril de 2009

En la danza de la guerra, se encontraba erguido, con sus zapatos negros y sus pantalones de vestir, un pañuelo al cuello, y esperando para tomar al rival por sorpresa con su mano más hábil. Frente a él estaba aquel esperadísimo rival, que luego de una noche de miradas cruzadas y gestos provocantes lo había desafiado. Lo que no se había dado cuenta su rival aún era que la pelea ya estaba perdida. Un grito de soldado, un zapateo y un salto hicieron vibrar cada una de las maderas del suelo de aquel encuentro, en el que la gente estaba enmudecida observando cada uno de los movimientos del ya consagrado guerrero ganador. Ambos, con sus manos como únicas armas, estaban enfrentados mirandose a los ojos con firmeza. Pues entonces sólo faltaba el primer golpe (y quizás el último) para poner fin a la noche sombría del primer jueves otoñal. El rival estaba derrotado por la borrachera y sus gestos no eran más que alguna risa, algun murmullo y el movimiento de las manos invitando al guerrero al desafío. La gente desesperaba en silencio formando un círculo. Ambos desafiantes se lanzaron a la lucha. El guerrero tomó a su desafiante con la mano derecha por la cintura, y con la mano izquierda la mano derecha de la rival. Sí, "la" rival, era una mujer. Ella se dejó someter por las manos intrepidas del guerrero, y se conformó con apoyar su mano izquierda sobre el hombro de aquel personaje de sombrero y zapatos tan brillosos como la luna. Luego el piano, luego el violín, luego el bandoneón y los pasos surgieron solos. Algunos aplaudieron, otros lloraron, otros simplemente vivieron en silencio ese momento único. El café bar estaba más lleno que nunca. El guerrero hacía volar a su desafiante, la levantaba, le guiaba los pasos, ¡un giro, dos, tres! cómo volaba la mujer!, apenas apoyaba sus pies, volvía a levantarlos en un cruce más formidable que el anterior, y entre tantas volteretas, cruces, roces de narices, y cualquier gesto que indicara el hombre y acatara la mujer, el bandoneón pidió un último aplauso, más fuerte que el resto, y marcó sus notas finales. El hombre marcó su última vuelta y dejó a aquella mujer, vencida en el desafío, desvanecida en su brazo derecho.

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