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miércoles, 25 de febrero de 2009

Subí al colectivo y me senté en el último de los asientos. Estaba contra la ventana y continué con mi pensamiento, recientemente reemplazado por la cuenta de monedas para el boleto. "Encontré finalmente el techo que no creía encontrar jamás, que no quería encontrar jamás. Hice todo lo posible por evitarlo, por subirme a otra escalera más larga y sin límite, pero no pude, se me hizo imposible. Reconozco que subí mis últimos escalones con gran alegría y disfrutandolos a cada pisada, a cada apoyo que sentía sobre mis zapatos, pero finalmente ocurrió. Mi cabeza se dio un fuerte golpe contra el techo tan bajito que subí. Ahora estoy acá, mirando como algunos, mejores y peores que yo, siguen subiendo sin parar. Y también veo felices a quienes se quedaron en los primeros peldaños, observando con gran admiración a quienes siguen subiendo, pero sin sentir frustración por su baja altura. Es que ellos saben realmente hasta donde pueden llegar, mientras que yo siempre pense que podía subír más alto de lo que en realidad pude subir. Y acá me encuentro, frustrado y resignado a la simple diversión del amateurismo y del elogio del par tras una simple demostración de elasticidad, o de lo que sea que realmente no me interesa en lo más mínimo". Mis pensamientos se fueron entrelazando y se me hizo un nudo en la cabeza, por lo que me distraje un segundo. Mi cara estaba muy triste y un chico vestido de naranja lo notó a unos metros de mi asiento. Yo no me animé a mirarlo a la cara, por lo que lo pude observar por el reflejo de la ventanilla. Creo que le contagié la tristeza que escapó de mi rostro y eso me puso mas mal aún.

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