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sábado, 28 de febrero de 2009

Se lamenta, golpea su cabeza fuerte contra una pared y cae al suelo ya sin conocimiento. Cuando se levanta no tiene noción del tiempo, no sabe cuánto tiempo estuvo tirado en el suelo pero lo primero que hace es recordar ese lamentable momento en que la pierde. Sin ella su corazón no quiere latir más. Corre desesperado hacia el teléfono. En vano intenta comunicarse con ella, pensando (quizás) que todo lo anterior fue un sueño. El tono suena y suena incesantemente, pero ella no contesta aunque ambos saben que podría hacerlo estirando el brazo.Él ni siquiera cuelga el teléfono, lo deja caer de sus manos, y éste golpea en el suelo y se rompe. Nada más tiene sentido. A pasos casi derrumbados por un ataque de martillazos en su cabeza, llega al botiquín del baño. Corre el espejo con la mano temblorosa y encuentra su anhelado escape. Una vez más (y quién diría que fuera este su último pensamiento lúcido) recuerda en su rostro hermoso, por encima ya de su boca, la mirada con la que lo había llevado al extremo más alto de la felicidad, y decide llevarse esos ojos grabados en su corazón, a su viaje sin retorno. Su mano abre un puñado de pelotas de todos los colores y sabores y su lengua los saborea. Un vaso de agua para bajar. Cae mi cuerpo al suelo. No queda nada ya. Mi esencia se pierde y mi cabeza estalla en mil pedazos. Sin ella ya no queda más nada.
 

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