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lunes, 23 de febrero de 2009

En el viaje lo ví, parecía un hombre triste. Él estaba apoyado contra la ventana del colectivo en el asiento de atrás. La verdad que no pude dejar de mirarlo durante un rato largo, porque sin dudas me cautivó su mirada tan perdida, que miraba y a la vez no veía nada. Era un hombre muy triste, tan triste que me puso triste a mi también. Y no pude evitar dejar caer unas cuantas lágrimas como producto del golpe que su tristeza provocó en mi estado de ánimo. Bajé del colectivo y se nubló. Llegué pateando hojas secas a la puerta de mi casa sin dejar de pensar las infinitas posibilidades de por qué ese hombre podría estar tan afectado por la infelicidad. Y llegué a mi cama y lloré.

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