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lunes, 2 de febrero de 2009


Es un hechizo. Es un hechizado. Es una hechicera. Acecha la noche tardía a la mente en mi cuerpo. Todo se me torna oscuro y sombrío. Esa figura que permanece inmóvil, cobra vida y se torna de diferentes formas, adopta nuevas líneas y sus límites se extienden hasta darme miedo. Entre sombras y siluetas extrañas intento levantarme de mi silla. Tarea difícil. Quiero normalmente, pero no puedo. Mi cuerpo se desvanece y logro apoyar rápidamente mi mano sobre la mesa y hacerme sostén en ella. Siento un fuerte dolor de cabeza y veo como aquellas figuras de la habitación cobran vida y giran alrededor mío. Necesito llegar a aquella puerta, al fondo del largo pasillo. Doy un paso y me desplomo de lleno en el suelo, golpeando mi cara contra algo que no puedo definir bien qué es. En el piso me quedo tendido, pongo mis manos sobre mi frente y tengo sangre. Desabrocho algunos botones de mi camisa y seco mi sangre en ella. Luego me levanto. Parece que el pasillo se va cambiando de lugar y el piso ensangrentado gira lentamente como una calesita. Aunque pensaba que estaba parado por mis propios medios, no me di cuenta que estaba apoyado contra un mueble. Debo llegar al pasillo. Debo llegar a la puerta. Debo entrar al baño. De golpe mis ánimos se encuentran en condiciones de dar dos o tres pasos seguidos sin caerme. Entonces ya me encuentro en la entrada al pasillo. Pero éste es diferente ya. Ya ha cambiado su forma. Si bien sé que yo mismo lo pinté de blanco, se encuentra negro y sucio. En el techo hay miles de telarañas y manchas de humedad. La puerta del baño también ha cambiado bastane. Ahora es un gran portón de madera antigua, sucio y abandonado. Doy un paso más ya dentro del pasillo y comienzo a oír que desde el otro lado de la puerta una voz grita desaforadamente mi nombre. Por un momento la desesperación le gana a mi mareo y todas las figuras detienen su movimiento en seco. Mi transpiración hace arder mi frente lastimada y mis piernas comienzan a correr hacia la puerta. Me siento burlado por mi imaginación, porque aunque corro, el pasillo se estira, se hace largo y la puerta de madera se aleja, aleja y aleja. El mareo vuelve y comienzo otra vez a tambalearme y mis pasos son cada vez más inseguros. Mi cuerpo se golpea incesantemente contra las paredes negras, mi frente deja caer más y más sangre y mi desmayo parece inminente. "Necesito un descanso eterno" pienso. Justo cuando estoy a segundos de dejarme caer en el suelo, la puerta se encuentra delante de mi y los gritos se calman, como sabiendo de mi presencia. Mi mano saca del bolsillo de la camisa una llave, que yo no sabía que tenía allí, y abre la puerta. Doy un paso. Los gritos eran de mi madre, que ahora está pidiendome que pase y me ponga cómodo, "Esta es tu nueva casa, acomodate que pronto va a venir papá" me dice ella mientras me invita a pasar a un enorme salón alfombrado con ventanas al mar y receptor de una enorme cantidad de luz solar. Papá está por venir y eso me alegra mucho. La última vez que lo ví fue hace años, en una habitación de un hospital cuyo nombre se me escapa. Bajo la mirada para ver mi camisa harapienta, pensando en la vergüenza que le daría a mi padre verme visto así, pero ésta ya no tiene sangre y, es más, ni siquiera está sucia. Me sorprendo y comienzo a reír. Mis manos limpias se posan sobre mi frente y no encuentran herida alguna. Estoy perfectamente bien. El mareo desapareció. Sin embargo no entiendo lo que pasa y volteo para ver la puerta por la que entré nuevamente. Pero la puerta no está y en su lugar hay un enorme piano blanco, con un banco en el cual está sentado un hombre de smoking blanco que hace sonar las teclas con mucha dulzura y delicadeza. Es como una sinfonía de Mozzart que suena de fondo y que, aunque no lo había notado, me relaja plenamente. Sigo observando este salón, y encuentro un sillón rojo como la sangre, con enormes almohadones que me invitan a tomar un reconfortante descanso. Voy caminando rápido hacia allí y me recuesto cómodamente sobre uno de los brazos rojos. Mis ojos se posan sobre una ventana. Es que me llama bastante la atención la vista que ofrece el salón. El sol se encuentra a la misma altura que las ventanas, sobre una capa de espesas nubes. Y para ver el mar tengo que asomarme por la ventana y mirar hacia abajo. Mi madre entra por una puerta y se queda mirandome seria. "Mamá, estamos a bastante altura" le digo. Al oír mi comentario se ríe y me abraza. "Te extrañé mucho hijo" me lleva de la mano hacia algún otro lugar y me dice que estamos yendo a ver a papá que ya está acá. Siento una tranquilidad extrema y una felicidad inmensa de volver a ver a mis padres. Ya ha quedado demasiado lejos mi mareo, mi malestar y mis molestias, y no me preocupa pensar qué será de la vida de los demás allá del otro lado de la puerta. Ya estoy en otro lugar mucho mejor.

1 comentario:

Sebas dijo...

zarpado man, te hablo por msn.

 

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