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miércoles, 4 de febrero de 2009

Esa lluvia fue magia. Mis pantalones cortos y mis alpargatas no me dejaban disfrutarla de lleno en el cuerpo, pero sin dudas yo sentía, a través de la ventana, como esas gotas mojaban mi corazón. El cielo negro no dejaba de atormentar a los hombres que con sus maletines sobre la cabeza, corriendo por la vereda buscando el refugio de cualquier balcón, intentaban llegar a sus casas. Y yo que me moría de ganas de empaparme en agua, de ahogar mi garganta en gritos y sentir como esa vasta infinidad que llamamos cielo dejaba caer con toda su fiereza la tormenta, no podía dejar de lamentar la presencia de mi abuela en el sillón que estaba junto a la entrada a la casa.

1 comentario:

Sebas dijo...

Che, sabès que ese texto es hermoso. Para mi gusto, mi gusto, lo mejor de todo lo que te leì, tiene algo no se què de tan real... me encantò

 

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