Frente a aquel cruel acto de la naturaleza (a la manera de ver de las personas), los tres comenzaron a cometer errores rotundos, quizás a causa de una cabeza golpeada, o quizás por la falta de orden que se llevó la muerte de quien fue para mí, uno de los hombres más buenos que pude conocer. Estos errores rotundos fueron el comienzo de una cadena en la cual, a cada error que cometía uno, los otros dos se escapaban para no verlo. Nadie fue capaz de poner los puntos como se debía hacer en el momento justo, y terminaron formando una familia únicamente por compartir rasgos genéticos. Cada cual por su camino y se encontraban sólo para cenar. Al no convivir juntos, esquivaron los problemas ajenos y compartieron únicamente risas y alegrías superficiales en los pocos momentos de unidad.