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lunes, 26 de enero de 2009

Y rogó y lloró, escaló montañas, pasó hambre y sed, frío y dolor, hasta que llegó al encuentro divino, sólo para pedir que su amor no sufriera más, que la enfermedad dejara de atormentarla con la fuerza que lo hacía y que desapareciera de ella para siempre, ofreciendo él mismo su propia vida a cambio. Un solemne silencio enmudeció sus lamentos para siempre y junto a ellos el resto de los sonidos provenientes de las montañas y los bosques. La divinidad había escuchado sus súplicas y había decidido aceptar la ofrenda que el simple hombre, insignificante para el mundo había hecho. Pero junto a su alma, se apagó todo el resto de la vida. Porque él era Sol y era Luna, era bosque y era río, montaña y precipicio, era cada uno de los animales, cada una de las plantas y de los pastos, era cada ser vivo del planeta. Porque su amor por ella había transpasado los límites de lo natural y había llegado hasta el último de los huecos de la Tierra. Todo quedó desierto y en silencio. Durante algunos segundos el mismísimo Dios quedó perplejo ante tal efecto. Pero luego una flor seca recobró su color y volvió a enderezarse. Luego la siguió otra, y otra, y luego los pájaros se levantaron y retomaron el hermoso vuelo hacia el sol, que se volvió a encender para iluminar nuevamente las praderas de las montañas, en las que los ciervos despertaban una vez más para recorrerlas. El Dios entendió allí la grandeza del hombre. Ni siquiera muerto había podido matar a su amor.

1 comentario:

Sebas dijo...

" Porque él era Sol y era Luna, era bosque y era río, montaña y precipicio, era cada uno de los animales, cada una de las plantas y de los pastos," aunque ya te hablè, rescato una vez más esa frase que es hermosa.

 

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